Victoria Lorenzo
Victoria Lorenzo Pérez (Valladolid, 18 de septiembre de 1930) Pintora y ceramista perteneciente a la escuela neoimpresionista catalana, enfatiza la vertiente más colorista de esta escuela, que enlaza con la abstracción cromática del fauvismo. Conecta con la línea evolutiva del paisajismo urbano que recorre en diferentes mutaciones sobrepuestas todo el s.XX (Joaquim Mir, Ramón Calsina, o Ramón Sanvisens, entre otros).
Victoria Lorenzo / Horta de Sant Joan (Tarragona) / CCBCN
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Victoria Lorenzo / Rincones de Lisboa (Portugal) / CCBCN
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Biografía
Aquella joven alumna de la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid, se instala en la Barcelona de 1948, cuando apenas contaba dieciocho años. El mismo año en que en las Galerias Layetanas cobijan el primer Salón de Octubre y las páginas de cultura de la revista Destino y del diario La Vanguardia -S. Gasch, J.Cortés, J.Teixidor y Tristan de La Rosa- se llenan de críticas irreconciliables entre los que defienden el “realismo” y aquellos que defienden “la interpretación”, allí están presentes Ràfols, Tàpies, Cuixart, etc. Se habla impulsivamente de “esnobismo, especulación” y “sentimiento de desazón”. El único pensamiento crítico se circunscribe a las páginas de arte, pero algo parece empezar a cambiar en aquella atmosfera gris de la Barcelona de finales de los cuarenta. Es el año que inicia su efímera andadura la revista Dau al Set y en el que Dalí fija su residencia en España. Para una joven artista, aquel tiempo de trincheras que simplifican identidades y lenguajes se asemejaba a un “estirado” pasado donde lo más radical hacía décadas que ya había sido enunciado y donde los referentes de aquella modernidad que anunciaba el XX pasaban a mostrarse como un valioso material de reciclaje plástico. Una especie de "buceo ecléctico" en los orígenes de la premodernidad.
Aquellos primeros años en Barcelona donde centra su actividad, se sobreponen con temporales estancias, algunas de más de un año, en el País Vasco, al final de la década de los cincuenta, y en Madrid a mediados de los sesenta. Tiempos de exposiciones bajo las formas de la gaudiniana casa Batllò, en la desaparecida Syra donde se sucedían retrospectivas de Mir, Rafols Casamada, o Sanvisens, a las que más tarde se uniría regularmente Victoria Lorenzo, bajo el impulso que ejercía la galerista Monserrat Isern, quien ya antes de la guerra civil, había recogido la obra de Picasso.
La implicación emotiva con los lugares, la lleva aún más a percibir las diferencias que configuran paisajes y tonos. Texturas emocionales que se adhieren como un reactivo y le hacen percibir de manera diferente lo que aparentemente ya conocía. Bilbao y la densidad de su cielo en la continua extensión de su actividad difuminada por la imperceptible lluvia es un oasis en un universo de verdes que cala hasta dejarte sumergido en su densidad.
Aquella Barcelona de finales de los cincuenta que alternaba en el interior de las manzanas del Ensanche inimaginables usos donde fábricas de vidrio y loza convivían con establos repletos de vacas materia prima de vaquerías con acceso a la calle, donde estudios en los que se rodaban películas en blanco y negro convivían en la misma manzana con los volúmenes de aquellos teatros que llenaban todo un continuo frente en la avenida del Paralelo. Y en su conjunto y sobre todo aquel magma inimaginable, las miles de personas cuyas casas cerrando el contorno de aquella cuadrícula achaflanada, se fundían con fragmentos de cielo enmarcados por esta geometría. Aquel elemento inmaterial que se colaba podía materializarse en la pintura, como antes lo había visto obsesivamente evidente en la densa atmosfera de Bilbao.
Aquellos primeros paisajes de las Corts justo donde el continuo urbano se desvanece y los fragmentos de cielo se entrecruzan con cubiertas de naves y chimeneas sobre un fondo de mar invisible, el de San Martin y Poble Nou, seran los temas que la ocuparan justo después de acabar los estudios académicos en la Escuela Superior de Bellas Artes de Sant Jordi y de aquellos que más tarde prolonga en la Escuela Mural Contemporánea de Sant Cugat del Vallés. Su primer estudio en la avenida Diagonal desde donde todavía podían verse circular los trenes en su superficie. Un entorno, el de Glorias, que seguramente tendría mucho que ver con aquel primer periodo de paisajes urbanos iluminados por el pincel grueso de aquella atmosfera continuamente violentada.
De aquel periodo académico repleto de figuras y estilizados rostros de estudios sobre el cuerpo, la naturaleza y la abstracción que fue Sant Jordi, perdurará en el tiempo un referente, la amistad y la pintura de Ramón Sanvisens que la influirá en aquella parte mas extrema de un paisaje forzado por el minimalismo formal y la abstracción de un color expresionista. Aquella misma receptividad hacia un paisaje más abierto que la lleva a pintar obsesivamente, desde su etapa de Calafell, los espacios del Penedés y Tarragona. Veranos , otoños en contrastados colores que recogen desde los grandes espacios forestales a los rincones más pequeños del jardín de su estudio en Calafell en el periodo de los años setenta. Sin haber abandonado nunca aquel espacio de atracción por el paisaje urbano de sus inicios, volverá a él con más fuerza expresiva condensando el carácter simbólico de aquella ciudad que aún se manifiesta en abstraídos fragmentos -capaces de ser retenidos- en un archipiélago urbano repleto de conexiones entre diferentes tiempos. Montjuïc estará simpre presente desde los ventanales de aquel ático del Ensanche que se abre sobre la montaña en el que será su estudio durante mucho tiempo. Pero también en el detalle de los barrios que se enfilan a la montaña: el Poble Sec o La Satalia, el Montjuïc dormido de Forestier, o los paisajes de Horta pintados con Sanvisens, al Sarrià empinado de Doctor Andreu que la acompaño en su dilatada faceta académica de profesora de pintura durante más de dos décadas. Recuperará escenarios que ya había pintado y los “verá de nuevo“ a la luz de nuevas experiencias. Ampliará escenas, que la llevan a fijar ciudades y fragmentos de aquel gran norte de azules penetrantes, que mirando al Atlántico se mezclan con ocres potentes y amarillos deslumbrantes, que viran al anaranjado en paisajes sin sombra en Castilla. Lisboa o Aveiro, serán frentes y coloridas fachadas. Venecia rincones extraviados en el laberinto urbano y Aix en Provence o Horta de Sant Joan los paisajes capturados de conexiones con Cézanne en Sainte-Victoire, o Picasso en Horta: crestas de azules rocas que se transforman en voluminosas nubes corpóreas, o abstractas arboledas surcadas por imposibles caminos.